EL EXHIBICIONISTA
Le digo señor agente, que estaba ahí, se lo juro por lo más sagrado, a estas alturas no tendría que hacerlo, lo sé, pero lo hago. Ahí mismo, justo delante de mí, burlándose con falsas carcajadas y haciendo grosera ostentación de sus genitales.
Pasaban por aquí señor agente, niñas y señoras, señoras que se escandalizaban como niñas, y no sin razón, ante el desafuero del indigno, y acaso ya, deprimente, por no decir patético espectáculo.
Ya sabe: esas perneras de disimulo, sucias y deshilachadas de arrastrarse hasta el hartazgo por el sucio lodazal de la indignidad; torpemente sujetas con un liguero de ajados encajes, más propio de puta de rastrojo, y perdóneme la crudeza de la vulgaridad, que de meretriz de refinado burdel. Si es que no bien se despendola y ya parece un espantapájaros. Claro que, a qué otra cosa puede asemejar, con ese pene flácido y arrugado en mitad de una gris y rancia maraña de pelo que más parece reseco y helado herbazal que púbico vello. Y esos testículos, qué decir de ellos, señor agente, convertidos por la afrenta de la edad en colgantes jirones de ropa vieja; donde habitan vaya Ud. a saber en qué estado de putrefacción las esplendorosas gónadas que fueron ayer enseñas de su hombría y cobijo de la noble y natural promesa de descendencia; esa de la que le privó, que todo hay que decirlo, tan aborrecible vicio. Y cómo olvidarse de la amarillenta gabardina, con ese tufo a pescado podrido que pinta bascas a su paso. En fin, que sus inocentes víctimas gritan por no vomitar, y en el grito vomitan tanta pena y tanto asco, que da pena tan penoso escándalo.
Pero eso lo sabemos Ud., yo y aquellos que han tenido la desdicha de encontrárselo, mientras que él, acérrimo como una mula lo ignora por más que se lo repita y evidencie de todas las formas posibles. Porque se lo digo, y créame, agotadas ya entre ambos y desde hace mucho tiempo las formalidades y eufemismos que impone el mutuo respeto, e ignoradas las pautas morales, éticas y hasta estéticas que deben regir cualquier relación que se precie, lo hago claramente y con toda la crudeza de que soy capaz: que das asco, asco y pena. Eso le digo, y no bajito, no señor, sino alto, alto y fuerte, como ha de ser un insulto que busca despertar conciencia. Pero él se mantiene en sus trece, y en cuanto me doy la vuelta vuelve a vestir su deshonra y sale a la calle dispuesto a consumar el ruin y repugnante espectáculo.
Hoy, sin ir más lejos, antes de pasar lo que pasó, se lo dije, es más, le rogué amablemente que se fuera, que me dejase en paz de una puñetera vez, pero él no dejaba de manosearse y reírse como un demonio, así mismo, como si estuviera endemoniado: como lo está.
Créame que soy sincero cuando le digo que el semen que mancha la gabardina, las manos y la acera, nos mancha a todos, pero sólo me duele a mí, pese a que sean ellas quienes griten y corran despavoridas.
Pero qué le puedo contar, Ud. ya lo conoce, ya sabe cómo es. Por eso hoy, cansado de aguantarlo, le tiré con toda la fuerza y rabia del mundo una piedra a la cara; y entonces se fue, no sé dónde, en medio eso sí de un enorme y agudo estrépito, ya sabe, le gusta la batahola. A lo mejor lo he matado, debería buscarlo. No se lo tome a broma, mire que sonó a roto.
Ya, ya sé que esas no son formas, pero tiene que entender agente que son muchos años aguantándolo, viendo como me humilla, como se burla de mí. Y la verdad es que algo de culpa tienen Uds., y las autoridades judiciales, y también los médicos. No han sido lo suficientemente duros con él, no señor, no lo han sido, y luego ocurre lo que ocurre. Pero de hoy no pasa, juzgo que ha llegado la hora de hacer algo, tienen que hacer algo, y hacerlo ya, para que esta pesadilla termine de una maldita vez.
Tienen que detenerlo, detenerlo y encerrarlo, que se pudra en la cárcel, a ver si así escarmienta, sino, va a terminar conmigo, se lo digo de corazón, me va a matar, a matar de odio y rabia. De dolor y vergüenza ya lo ha hecho hace mucho, pero que mucho tiempo. De eso estoy muerto desde que sé yo, y es que hace tanto tiempo que ya ni siquiera alcanzo a recordar.
Yo, agente, como Ud. sabe muy bien, soy todo un caballero de vasto linaje, y como tal no puedo consentir esta continua afrenta que ofende la dignidad de mi noble estirpe.
- Lo sé, Sr. Tomás, lo sé, y créame que se hará lo que se pueda.
- ¿Y Ud. cree que volverá a hacerlo?
- Me temo que sí, ya sabe que estos vicios son crónicos, ¡crónicos!, me entiende.
- Pero, ¿y la piedra?, ¿y las heridas?
- Sí, eso, justamente, como las piedras y las heridas, ellas también son crónicas.
- ¡Válgame Dios!
- Él también lo es.
- ¿Exhibicionista?
- No, crónico, sólo crónico Sr. Tomas.
- Pues algo habrá que hacer con Él, porque esas cosas, ya sabe, van a más. Y no vea usted el trago para los alados angelitos, las santas almas y la santísima…, bueno, bueno!, más vale no pensar.
- ¡Lo que Ud. diga Sr. Tomás, lo que Ud. diga!
Y ahora, haga el favor de abrocharse la gabardina y subir al coche patrulla, como ya sabe, tiene que acompañarme a comisaría. Amén de exhibirse otra vez, acaba Ud. de dejar tuerta esta pedazo de luna que vale, y nunca mejor dicho, un ojo de la cara.
6 comentarios
Jose Alfonso Romero P.Seguín. -
Nacemos ofendido Antonia, que sorpresa encierra por tanto acabar siendo unos resentidos, ninguna entiendo. Sin embargo, en ningún lugar está escrito que deba ser así, ni tiene porque ser.
Las carencias bien administradas son la raíz de toda virtud, la virtud de toda ciencia.
Gracias por tu vista.
Reciba un fraternal abrazo.
antoniatenea -
Me parece que con esa reflexión tuya has dado en el centro de la diana .
Abrazos, José Alfonso! no sé por qué tenía abandonado tu blog , si meencanta.
José Alfonso Romero P.Seguín -
Tienes mucha razón, ningún derecho nos asiste a juzgar, sin embargo, no dejamos de hacerlo, quizá porque esa sea la única noción de justicia que soportamos: venganza, al fin, solo eso.
Recibe un fraternal abrazo.
Antoniatenea -
Fantástico, José Alfonso! Un abrazo!
José Alfonso Romero P.Seguín -
Al margen de la reflexión, decirte que agradezco tu agudeza y cómo no tú cariño.
Recibe un fraternal abrazo.
Cesar -
Tomás, Roberto, Jorge, Mariano, José Luis...trasvestidos por las apariencias y exhibicionistas indecentes. Ay, que a todos nos puede tocar algo.