JUEGO DE ESPEJOS

Dios, ese Cristo me mira,
sé que con compasión,
pero me mira,
y yo, Dios,
no soy capaz
de sostenerle la mirada
a ningún Cristo,
porque yo, Dios,
yo,
soy él.
¡Dios, Dios!,
él,
¿me escuchas?,
¿me oyes?,
¿me entiendes?
¡Dios!,
¿estás ahí?
Te digo a ti,
que no me miras,
que no me escuchas,
que no me quieres
por hijo.
A ti, sí,
a ti,
Dios,
que has permitido
que ese Cristo me mire
con compasión,
en la sombra
de mi imagen
al fondo de este sucio
espejo de estación.
Dios,
te digo que soy Cristo,
y tú callas,
la cruz es tu respuesta,
lo sé.
Dios, tu silencio
se hace pedernal
en los desazogados espejos
de las sucias estaciones,
pero yo sé que tú sabes,
que no miento,
que yo soy
él,
mirándome con compasión
en esta hora impar
del calendario solar.
Yo Dios, yo,
soy también él,
pero,
¿tú eres acaso tú?
El silencio denuncia tu ausencia,
el dolor te niega,
la pena te difumina,
la alegría te desmemoria,
la sangre te ignora,
la razón te discute.
Estás solo,
frente a frente con la fe
y tu rebaño de pastores.
Mientras,
los templos vacíos
dan solo testimonio
del hombre,
del Cristo,
de mí,
sí, también de mí,
aun aquí,
ante este sucio espejo
de estación.